miércoles, 15 de agosto de 2012

LA HORA


El 22 de julio pudo ser la hora. Aún sin recordar nada de la caída pudo serlo. Por las lesiones caí de espaldas, por lo que si recordara, estaba en ese momento mirando el cielo que se fugaba entre las ramas de los pinos. Caída libre, hasta un colchón de arena y pinocha que el susurro cercano del mar me acunaría hasta quien sabe cuando. Poco tiempo de caída, pero suficiente para repasar toda la vida.

Hacía unos días me dije que ya estaba hecho, conforme y contento con lo que la vida me dio y lo que pude tomar. Es inútil enumerar todo lo que pareció conformarme entonces, porque ahora solo me conforma volver a pararme y poder alzar a Roma cuando me dice "apita", solo una vez, resignada de verme acostado.

"Papá nana", y me besa el colchón, o me agarra la mano, y da vueltas por la casa, pero viene donde estoy para hacerme reir, a mostrarme su gracia. Podía ser un buen momento por el lugar, por la forma, y sobre todo porque no tuve conciencia de caerme, ni del impacto, ni del pelibro (tampoco lo tuve antes de subir al árbol). Pero por suerte la vida nos dió más a todos, a los tres. No puedo darme por conforme por tener una hija si no la voy a disfrutar y ver crecer con Marina. Tampoco puedo darme por contento, si mientras estoy vivo habrá un proyecto para crear.

Por eso, creo que el paleador de la playa estará haciendo el pozo para hacer un castillo, o estará buscando almejas, pero que por favor tenga cuidado que no lo tape la ola. Lo más simple nos espera, para vivir las horas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario