martes, 14 de agosto de 2012

LECCION

Este es el jardín de la casa de mi abuelo Antonio, a media cuadra del cementerio, frente al campito municipal. Acá había gallinero, achicoria, limoneros, ciruelo, zapallos, kiwis, dalias, gatos y mucha pala y zapa para trabajar la tierra. El que corre entre flores y plantas de tomate es mi sobrino Federico. Ahí estaba su mundo, en el último gallinero de Olivos, en la casa que hizo con mi padre, ladrillo a ladrillo.

Güelo, así le decía, nunca quiso volver a Italia, y se sorprendió cuando le dije que llegaban los autos, el agua y la luz. En realidad, don Antonio era italiano pero no hablaba italiano. Era un esloveno, Zabrieszach, que por el juego de los grandes: guerras de palabras y políticas de cañones, lo dejaron por 2 kilómetros en Italia.

A él le daba lo mismo. Estaba bien en Argentina, y su patria era la tierra que pisaba, sin bandera, la tierra donde hincaba la pala y la zapa. Tenía una parra que daba uvas chinche, con las que a veces hacíamos vino, y tenía 88 años, cuando decidió podar una rama a la que no llegaba con su altura. Le faltaban unos centímetros. Arrimó con el pie un almácigo, adentro de una lata oxidada de duraznos en almíbar, para llegar hasta la rama enrulada y el racimo fresco. La pisó para usarla de apoyo, y la siguiente escena fue él en el piso con la cabeza abierta. Sobrevivió, si. Mi viejo cuando llegó a socorrerlo dijo:

"¡Deje de hacer ésto!, ¿piensa que lo sostiene Dios?" Hay que aprender de las historias ancestrales, antes de empezar con las experiencias propias.

3 comentarios:

  1. Si querías imitar al "güelo", podías haberlo hecho de otra forma, ¿no? Jajajajaja. Besos madrileños

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  2. Un placer leerte, querido Cézaro. La combinación texto y fotos, exquisita. Abrazo porteño (ahora con subte, pero sin alcalde)

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  3. Si, ahora que hice mi experiencia propia, espero aprender.
    y gracias, Hernán. Hago uso del tiempo, y me alegro usarlo para comunicarme con ustedes. Abrazos.

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