miércoles, 22 de agosto de 2012

LES FENETRES


Ventanas de Ouro Preto, 1993.

En mi cuarto tengo 4 ventanas. Es mi claustro pero entra luz por las cuatro paredes.

Por la que da al norte entra el sol, se ve el verde del jardín y si estoy atento veo pasar zorzales y benteveos que van a bañarse a la fuentecita del león. Por la noche la luz de la calle me entretiene con sus intermitencias hasta que me duerme, entonces me molesta.

La ventana oeste está a mis espaldas, casi no veo nada, pero me entra la luz del día para leer, y las voces de los pedestres que son piezas de rompecabezas de diálogos que nunca conoceré, pero me ayudan a la imaginación por un rato. De noche, sospecho miradas curiosas por la luz de los ojos que me invaden.

Hacia el este, la ventana es en realidad una puerta que va a la cocina. Veo luz, veo como un espía fragmentos de la vida cotidiana de mi propia casa. Lo principal es cuando Roma entra por allí y me ilumina el espíritu y me colma el alma.

Nunca supe la diferencia entre alma y espíritu, porque no leí ni me puse a pensar mucho en ello, quizás sean lo mismo. Aún así, Roma es capaz de iluminar uno y llenar el otro.

La última ventana, la tengo a mi lado, es una biblioteca através de la que viajo. Voy al oceáno Pacífico con Corto Maltés, y tengo a Proust que me lleva con letanía a sus tiempos y lugares, o Kerouac que me trae más cerca a ritmo alocado.

Ahora me trajeron una ventana habitual por la que acostumbraba a mirar el tiempo y el mundo. Mi cámara de fotos, y por ella siempre entra luz. La primera en aparecer fue Roma.

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